Sin embargo, la ruta ofreció tantas postales, y todas tan impresionantes, que las bajadas fueron un mero aliño de un gran día de montañismo con mayúsculas.
Que hay que andar y portear la bici...sí. Que fue un día duro y largo...sí. Qué quedará en la memoria...también. Y al fin y al cabo, eso es lo que vale. Ciclistas de salón ya hay muchos; a veces hay que ser menos ciclista y más aventurero si lo que queremos es disfrutar experiencias inolvidables de verdad.
Gracias a mis compis Sergio, Alberto y "el Bosnio" por acompañarme en mis locuras y no apedrearme en "esos" momentos.
Comenzamos a subir desde el Hospital, sin dar el rodeo hasta el final de la carretera, lo cual fue más duro, pero más corto.
El primer porteo fue de aproximadamente una hora, intercalando algunos tramos ciclables con buenas paredes con la bici al hombro.
Casi llegando al Portillón de Benasque, con los recuerdos de tantos montañeros al fondo.
La vista desde el Portillón, francamente impresionante.
No era como para cantar victoria aún, pero me apetecía tener una foto así.
La bajada de la ese infinita hacia el Hospice de France, al fondo.
Una parada para fotografiar algo que no podemos en nuestra tierra.
Ganando altura desde el Hospice, tras superar unas "zetas" en un bosque ciclable pero durísimo.
Hacia el Pas de l'Escalette, algunos tramos eran duramente ciclables. Otros, duramente porteables.
Justo tras el Pas, dirección al Puerto de la Picada, rodando sobre el mismo límite España - Francia.
Descansando en el Puerto de la Picada.
Los últimos tramos antes de la bajada final, aunque los ciclamos en gran parte, nos dejaban bastante "fritos".
Por fin en los coches, "jodidos pero contentos", como se dice por aquí.
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